La característica común de las ideologías es el pensamiento dualista, ligado al funcionamiento de determinadas regiones de la corteza cerebral. La ideología mostraría la misma estructura que la esquizofrenia: la historia no se vive, sino que se sueña. Esta visión dualista del mundo, al ser más simple, es fácilmente adoptada por la mayoría de la población, donde queda asentada emocionalmente. Corremos así el peligro de volver a vivir cualquier otra ideología con sus nefastas consecuencias. Por Francisco J. Rubia.
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Asociación de Ideas
Esquema de las regiones cerebrales.
Esquema de las regiones cerebrales.
A esta área cerebral , Norman Geschwind, la denominó la región inferior del lóbulo parietal del hemisferio dominante. Una región que está situada en el giro supramarginal y que está considerada, junto con el giro angular, como el área de asociación de las áreas asociativas. Su lesión impide la formación de antónimos, así como el uso de grados comparativos de adjetivos, como ‘más alto’ y ‘más bajo’, ‘mejor que’ y ‘peor que’, etc. Tendríamos, pues, una región cerebral responsable de la visión dualista del mundo y que nos serviría para analizar ese mundo por contraste, formando antónimos. Así pues, las ideologías tendrían un componente dualista muy fuerte, que resultaría de una exageración de esa forma de pensamiento. Hace muchos siglos que la filosofía hindú, especialmente el Vedanta Advaita, hizo hincapié en la no-dualidad (que es lo que significa en sánscrito advaita), entendiendo que la visión del mundo que nos ofrece el sentido común es una ficción creada por los conceptos que la mente superpone a las percepciones.
Pero también en Occidente, John Searle, dice que aquello que se nos aparece como realidad es el resultado de las categorías, fundamentalmente lingüísticas que imponemos sobre el mundo. Es un error, dice, creer que el lenguaje sólo se limita a asignar etiquetas que nos permiten identificar los objetos: somos nosotros los que dividimos el mundo y el lenguaje es nuestra principal herramienta para ello.
Por otra parte, en las experiencias que llamamos místicas esa función cognoscitiva no está presente y las antinomias, como división entre el yo y el mundo, desaparecen, fusionándose el individuo con Dios, el Vacío, la Nada o la Naturaleza. Con otras palabras: la visión dualista no es la única de la que el cerebro es capaz. También lo es la visión no-dualista que ya era conocida hace muchos siglos por la filosofía hindú.
Joseph Gabel, escribió en 1962 un libro titulado: La fausse consciente (La falsa consciencia), en el que relaciona la ideología con la falsa consciencia. En la falsa consciencia y en la ideología la situación histórica de las relaciones humanas se vive de forma a-histórica, natural, espacialmente dada: se trataría de una disociación esquizofrénica de la vivencia espacio-tiempo, de la cosificación del proceso temporal. Esta disociación siempre es desvalorizante, porque la ambivalencia del devenir histórico se divide de forma maniquea y “el mal” se convierte en “otra cosa distinta”, se proyecta hacia fuera. El psiquiatra suizo Eugen Bleuler definió la ambivalencia esquizofrénica como la incapacidad de integrar existencialmente la ambivalencia que existe realmente en cada contenido de valor concreto. Para Gabel, la ideología sería una buena ilustración de desvalorización por cosificación o reificación y, por tanto, una verdadera esquizofrenia en el sentido del psiquiatra francés Eugène Minkowski, o sea, un racionalismo patológico, una congelación del mundo conceptual. La ideología mostraría la misma estructura que la esquizofrenia, es decir, la cosificación como denominador común.
En la ideología, como en la esquizofrenia, la historia no se vive sino que se sueña. No se desarrolla temporalmente, sino que se da de manera mágica y espacial. Es una forma de pensar encapsulada en sí misma, dogmática, extraña a la realidad, inaccesible a cualquier experiencia. El aparato conceptual de las ideologías se formaría de forma egocéntrica, y el egocentrismo espacializa el tiempo, se convierte en un sistema supratemporal, algo que ocurre también en el egocentrismo del niño. Por ello, la ideología podría ser un egocentrismo colectivo, un sociocentrismo o un etnocentrismo. Gabel dice que cualquier colectivo es egocéntrico y tiene la tendencia a espacializar la duración del tiempo, a cosificarlo. El tiempo histórico se paraliza, se detiene. El pensamiento blanco-negro es característico de las formas colectivas e individuales del egocentrismo. La tendencia a la división entre buenos y malos se ha mostrado innumerables veces en las ideologías y en la esquizofrenia. Es lo que la psicoanalista austriaca Melanie Klein llamó la “posición paranoide temprana”. En un sistema teocrático, por ejemplo, la humanidad se divide entre “ortodoxos” y “heterodoxos”, “justos” y “pecadores”, “creyentes” e “infieles”. El psiquiatra italiano Silvano Arieti describió el pensamiento superconcreto del esquizofrénico como un pensamiento que utiliza una lógica arcaica, una “paleológica”. Esta sería también la lógica de la ideología. Si esto es cierto, entonces la ideología supondría una vuelta a un pensamiento más primitivo, más simple, con un componente fuertemente emocional, tal y como lo es en la esquizofrenia. La unión del pensamiento fuertemente maniqueo con ese componente emocional conduciría a la demonización del contrario, a explicar toda la historia simplificándola; en el caso, por ejemplo, de la ideología nazi, como una lucha entre razas, y en el caso del comunismo como una lucha entre clases. De la demonización del adversario a la tendencia violenta a su liquidación no hay más que un solo paso. Así que un instrumento cognoscitivo que nos permite analizar el mundo, como es el pensamiento dualista, sin duda desarrollado en la evolución por alguna ventaja adaptativa, tiene también su parte negativa expresada paradigmáticamente en las ideologías con consecuencias desastrosas para la humanidad. El conocimiento de sus ventajas e inconvenientes deberá ponernos en guardia para evitar en el futuro esas consecuencias negativas.
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