Una exposición de obra gráfica del artista catalán explica su evolución técnica y de lenguaje, con elementos como las manchas y salpicaduras, que son precedentes del expresionismo abstracto americano
Cuando Joan Miró se inicia en la obra gráfica es ya un artista reconocido. No es el camino frecuente, pero el catalán era de todo menos conformista. Impresionado por las arreboladas formas del fauvismo y la radical contraposición de colores de cubismo, su estilo es una personal mezcla de ambos movimientos, que evoluciona desde las ingenuas pinturas tempranas, tipo La Masía, hacia composiciones que indagan en la fuerza telúrica de la naturaleza.
Esta evolución está intrínsecamente ligada a su experimentación con el grabado y la litografía, en un cruce de influencias con la pintura. Es la tesis de la exposición de obra gráfica que organiza la Fundación Miró de Barcelona, a partir de fondos propios que permiten reconstruir el desarrollo artístico del pintor, considerado como uno de los padres del arte abstracto.
El recorrido, formado por un centenar de obras, diferencia tres momentos vitales en la trayectoria de Miró. Arranca en los años 30, cuando con el estallido de la Guerra Civil española el artista se instala en París, donde entra en contacto con el grabado, que compone de una forma muy elemental, con respecto al gran dominio de la técnica que llegará a alcanzar gracias a su incansable experimentación. Explora las posibilidades del color, mediante la combinación de dos planchas. Un buen ejemplo es su serie Negro y rojo, en la exposición.
El segundo ámbito se centra en la etapa neoyorquina del pintor, en los años 40. Su aprendizaje en taller de Stanley William Hayter, grabador surrealista que es uno de los primeros en experimentar con el expresionismo abstracto norteamericano, le permite seguir una evolución similar a la de su maestro. Miró pertenece al grupo de los surrealistas de París (Masson, Breton, Leiris...) pero es un verso libre, que huye de las doctrinas del movimiento, para adentrarse en la abstracción. Se consolida aquí su lenguaje de símbolos y signos.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, regresa a París, donde alcanza el gran manejo de la técnica que acredita su descomposición del color en planchas diferentes o la superposición de distintos tonos, así como la incorporación de manchas y salpicaduras, tan propias del expresionismo abstracto que después practicará Pollock. Miró quería “matar, asesinar” los métodos de pintura tradicionales y, finalmente, lo consiguió.
Más información: Fundación Joan Miró de Barcelona
Hasta el 24 de septiembre
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